Monday, May 18, 2009

Viaje a Jordania

Ya es hora de que me ponga al lío para contar esta merecida visita a uno de las regiones con más historia del planeta.

La visita de mi madre a Dubai de casi un mes, hizo plantarme este viaje, pues estaba segura de que lo disfrutaría tanto o más que yo.

Cogimos los billetes de avión con la compañía low cost airarabia y nos planteamos el viaje por una semana. En un principio mi madre opinó que eran demasiados días, pero nunca son suficientes cuando tratas de verlo todo. Cuando empecé a leer en la guía todos los lugares interesantes que podíamos visitar… no me quería perder ni uno. En primer lugar las opciones eran:

- Amman

- Jerash

- Madaba

- Monte Nebo

- Betania (más allá del Jordán).

- Baño en el Mar Muerto

- Castillo de Karak

- Petra

- Desierto del Wadi Rum

Cuanto más leía acerca de cada lugar más eran mis ansias de visitar estos parajes. Al final la noche en el desierto en el Parque Natural de Wadi Rum tuvo que ser eliminada de nuestros planes, pues Mario se incorporaba a nuestro viaje los últimos tres días. Si queríamos ir juntos al Mar Muerto, teníamos que desechar la idea del Wadi Rum muy a mi pesar. No lo fue tanto para mi madre, que por unos días dudó de su seguridad acampando en la noche en la mitad del desierto, en un campamento de beduinos.

Salimos bien temprano de Sharjah, de UAE muy cercano a Dubái y punto de salida de todos los aviones de airarabia. Llegamos a Amman a eso de las 12 p.m. y en el recorrido en taxi desde el aeropuerto hasta el Caravan Hotel, el campo florecido en primavera nos impresionó. Después de vivir en un país tan árido como es UAE, cualquier verdor fuera de lo que son zonas ajardinadas te parece súper bonito…

El hotel Caravan en Amman es justo lo que pagas, eso sí, limpio y en una tranquila zona, además el personal es muy amable. Dejamos las mochilas y salimos a explorar la ciudad de inmediato. El hombre de la recepción del hotel nos dijo que podíamos ir al centro de Amman caminando así que nos aventuramos por las calles de la ciudad y en cada esquina preguntábamos si íbamos por el camino correcto. En nuestra primera impresión nos agradó considerablemente la amabilidad de la gente, les faltaba tiempo para decirte con un mal inglés: “welcome to Jordan”, los niños incluso se atrevían a darnos la mano, a preguntarnos el nombre y a ofrecerse de guía, cosa que no consentimos, no por nada, sino por no molestarlos…

Encontrar el centro de la ciudad nos llevó casi 45 minutos cuesta abajo, la Nati ya dudaba de que existiera, nos tomamos un zumo natural en uno de los mucho locales que hay para refrescarse en plena calle y por fin llegamos al Teatro Romano de Amman.

Sin lugar a dudas este lugar te asombra por sus dimensiones, parece mentira imaginar que allí cabían más de 7.000 personas. Yo me subí todos los enormes escalones hasta llegar a la tribuna más alta con el fin de hacerme una idea del tamaño original y contemplar unas bonitas vistas de la ciudad. También pude al mismo tiempo comprobar que la acústica del teatro es excepcional, pues dos hombres se pusieron hacer una prueba en el escenario y las voces se escuchaban claritas, claritas desde cualquier rincón.

Nuestra siguiente visita: la Ciudadela, un antiguo yacimiento en una de las montañas más altas de Amman. Menos mal que hice caso a mi madre y cogimos un taxi, porque la subida podría haber sido casi mortal. No nos dimos cuenta hasta estar en la cima de esa montaña que habíamos salido escasas de ropa de abrigo; para colmo el tiempo empezó a cambiar, el sol se ocultó detrás de unas espesas nubes y empezó a chispear. Nuestra visita a este yacimiento quedó desmerecida debido a las condiciones meteorológicas, ya que vimos todo muy muy rapidito. Nos refugiamos en el museo del yacimiento hasta dejó de llover y poder volver al hotel. ¡Qué pena que no pudimos disfrutar de las vistas de Amman! Pues desde este lugar te haces una idea de la enorme extensión de la ciudad y no deja de llamarte la atención la construcción de las casas y edificios, todas muy iguales y que parecen estar hechas de adobe, aunque realmente su color es debido al tipo de roca arenisca tan abundante en el país.

El regreso al hotel fue toda una aventura. Salimos del recinto arqueológico aún chispeando y con un fuerte viento. Preguntamos el precio de nuestro trayecto a un taxi que había en la entrada y nos quería cobrar 5 dinares jordanos, ¡todo un robo! Así que decidimos caminar rumbo al hotel. En nuestro camino paramos a un taxi y sin preguntar nada nos subimos a él. Resultó que el taxi era de los colectivos, es decir, tienen como una ruta predeterminada y se suben y bajan gente en el trayecto como un autobús. Al lado del conductor había un niño algo mayorcito y gracias a él pudimos entendernos algo, aunque al igual que el taxista no hablaba inglés. Cuando empezamos a recorrer las calles de Amman, por un momento pensé que nos habíamos metido en una buena, no sabíamos a dónde íbamos a parar, ya que la capital es enorme. Suerte que una chica se montó a compartir el taxi con nosotros y ella nos indicó en la parada que nos debíamos bajar para luego llegar al hotel caminando. Nos apeamos en una zona muy concurrida de la ciudad llena de comercios y gente y que nos pareció interesante explorarla de noche, después de un descansito en el hotel.

Sobre la marcha íbamos planeando nuestro viaje. El hombre de la recepción del hotel nos dio toda la información necesaria para nuestra visita a Jerash y vuelta a Madaba. ¡Qué bien! Los autobuses con destino a ambas ciudades salían de la misma estación, así que al día siguiente con las mochilas acuestas nos fuimos a ver una de las ciudades romanas más bonitas en las que he estado.

En la estación de autobuses tuvimos que esperar a que el minubús se llenara de gente para que saliera, cosa curiosa, pero como habíamos madrugado no teníamos ninguna prisa. En Jerash pudimos dejar las mochilas en el centro de visitantes y así disfrutar de una bonita mañana sin ningún tipo de lastre. Eso sí, primero cogimos de las mochilas el pan y el jamón para comer cuando nos apeteciera.



Recomiendo sin lugar a dudas a todo aquel que visite Jordania que no se vaya sin ver esta ciudad, ¡es preciosa! Las calles con columnas y suelo empedrado te transporta a la época romana y no es difícil imaginarse cómo sería la ciudad hace más de 2000 años. Todavía se puede apreciar las marcas de los pesados carros en el empedrado. La plaza ovalada debió ser en su día un mercado muy concurrido. La ciudad cuenta con dos teatros romanos preciosos (más bonitos que el de Amman, pero no más grandes) y un hipódromo, además de un montón de templos y casas señoriales. Lo particular de nuestra visita, es que había muchos grupos de niños visitando el complejo con sus profesores…. Y no cruzábamos por uno de ellos sin pasar inadvertidas. Todos te querían saludar y dar la mano. Nos preguntaban el nombre y nos decían con una simpática sonrisa: “welcome to Jordan”. No os podéis imaginar la que liamos con las fotos… todos querían aparecer en la pequeña pantalla de la cámara junto a nosotras… Fue muy gracioso.

Madaba, la ciudad de los mosaicos

Nuestro siguiente destino Madaba. Cuando llegamos a la estación de autobuses de Jerash no esperamos ni tan siquiera el tiempo que se tarda en fumar un cigarrillo para coger el siguiente bus a la “ciudad de los mosaicos”. A pesar de estar cerca de Amman tardamos un montón porque el minubús iba haciendo paradas cada dos por tres para recoger y dejar pasajeros. La Nati no dejaba de decir que nos habíamos pasado la ciudad y yo incluso ya lo dudaba. Mientras comprobaba donde estábamos en la guía y los planos, un simpático joven me sacó de la duda. Entablamos una conversación y resultó que hasta hacía poco había estado viviendo en Dubái. ¡Qué pequeño es el mundo! Casualmente el también iba a Madaba con lo que a la llegada de la pequeña ciudad compartimos un taxi y nos intercambiamos los teléfonos.

En Madaba nos alojamos en el albergue de peregrinos de la iglesia de San Jorge, un lugar muy tranquilo y muy limpio, sin lugar a duda una buena elección. Se encuentra al lado de la iglesia Greco Ortodoxa de San Jorge, que tiene un mosaico-mapa, de Palestina y del Delta del Nilo, de la era Bizantina del siglo VI.

En el desayuno, planificamos la ruta para el día y cometimos el error de alquilar el taxi para toda la jornada desde el albergue. Aunque la mujer que lo gestiona fue muy amable con nosotras desde el primer momento, como es de esperar se llevó la correspondiente comisión del taxi.

Visitamos el Monte Nebo, lugar donde el profeta Moisés vio la tierra prometida antes de morir. Posteriormente fuimos a Betania lugar bíblico donde San Juan bautizó a Jesús. Es un lugar muy próximo al estado de Israel, pues el propio río hace de frontera. Aquí las medidas de seguridad son extremas e hicimos el recorrido sin despegarnos de nuestro grupo. El curso del río dista mucho del supuesto lugar en el que San Juan realizó el bautismo, pues la sequía también está haciendo estragos en este país. El color del agua del río es verdoso, tirando a marrón, por la cantidad de barro que lleva. A pesar del calor, pasear por este paraje tan lleno de historia te agrada enormemente. Fue algo especial, sobre todo cuando nos santiguamos con el agua del propio río y llenamos dos botellas de litro y medio para los bautismos de la futura descendencia.

Después de comernos nuestro bocadillo de jamón con queso, nos dirigimos al Mar Muerto con la intención de bañarnos en sus salinas aguas, pero la sorpresa vino cuando llegamos a las puertas de un complejo lleno de piscinas y turistas. No pedían unos 15 euros al cambio a cada una por tan solo bañarnos… algo casi inadmisible. Como al día siguiente venía Mario y nos íbamos a bañar con él, no íbamos a pagar tal suma de dinero por un remojón en el agua, con lo que nos fuimos camino al albergue. Desde la carretera divisé unos coches a la orilla del mar Muerto y pude apreciar que había gente bañándose, con lo que le dije a nuestro taxista que nos llevara a ese lugar. En un principio se opuso, pues decía que no era el lugar apropiado para turistas, pero conmigo había topado. No paré de decirle que quería ir allí hasta que cambió el rumbo. Llegamos a la orilla, lamentablemente parecía aquello un estercolero, todo lleno de bolsas de plástico, botellas y restos de picnics. Mientras me quitaba la ropa, recibimos una llamada de la casera del albergue diciéndome que no me bañara, que el agua estaba muy salada…. ¡Pues menuda advertencia! ¡Cómo si eso no lo supiera yo! Cuando metí el primer pié casi me traga el mar, resulta que la orilla estaba tan llena de barro que me fue difícil salir incluso con la ayuda del taxista. Mi madre no salía de su asombro: Rosa, no te bañes…. que puede ser peligroso. Y yo r que r. No me quedé tranquila hasta que no me metí en el agua por la zona más pedregosa. Desde el agua vi como mi madre, el taxista y otro hombre que se había incorporado al grupo, me llamaban para que saliera. Cuando me acerqué a ellos, el desconocido estaba amasando una bola de barro que había sustraído de una zona profunda del mar. Me dijo que era muy bueno para la piel y gratis, así que empecé a embadurnarme el cuerpo con su ayuda. Animé sin éxito a mi madre para que hiciera lo mismo, pues es el mismo barro que luego te cobran en cualquier otro balneario del mar Muerto, con la diferencia que esté está recién sacado del agua. No hubo manera. ¡Y sería por falta de ayuda! ¡Qué disposición! Tanto el taxista como el desconocido no perdían ningún momento con tal de tocar un centímetro de mi cuerpo…


Una vez que me había bañado en el mar Muerto, limpia de barro y con una piel suave… di el consentimiento para que el taxista nos llevara a nuestros temporales aposentos.

Después de un descansito en el albergue, llamé al chico que había conocido el día anterior en el autobús: Marwan. Nos recogió en el albergue con su coche, nos llevó a un típico café, donde suelen ir hombres, y nos invitó a un té y una sisha. Tuvimos una agradable conversación y mi madre por primera vez probó la sisha. Fue muy atento y servicial con nosotras, nos explicó el camino que debíamos hacer al día siguiente desde Madaba al aeropuerto, para recoger a Mario y ya de vuelta al albergue le compramos, como muestra de nuestro agradecimiento, un gran bizcocho para su madre y su familia.

Antes de irnos a dormir, en el salón de nuestro alojamiento, conocimos a un tipo muy muy curioso. Un inglés de unos 40 años, profesor de tecnología en una universidad británica, que se dedicaba a viajar alrededor del mundo con su bicicleta. Nos contó sus experiencias por China, Vietnam, Tailandia, Malasia, India, Nepal, Egipto… estaba en Jordania, después iba a viajar a Siria, Israel, Chipre, Grecia, Europa…. Algo casi increíble, si me lo cuentan otras personas, no lo creo. Me comentó que probablemente este invierno esté en España.

Visitando Jordania con Mario

Cuarto día en Jordania, ¡por fin viene Mario! Alquilamos un coche desde el albergue, pues a pesar de no ver ninguna agencia de alquiler de coches en Madaba, preguntando siempre se averigua y se consiguen las cosas. Además el precio fue casi inmejorable: unos 100 dinares jordanos por 3 días completos y dejando el coche el cuarto día en el aeropuerto. ¡Perfecto!

Recogimos a Mario a la hora prevista, y nos fuimos rumbo al mar Muerto, pagamos la entrada del complejo turístico para disfrutar de un bañito. Mario venía rendido, así que le vino muy bien descansar en las tumbonas. Esta vez sí que Nati se animó a llenarse el cuerpo de barro junto con Mario, claro que por un precio.

De camino a Petra, pasamos por Karak, una pequeña ciudad que tiene uno de los castillos más grandes que he visitado. Fue construido durante la primera cruzada dentro de una antigua ciudad ya existente donde según dice la historia, Saladino albergó a la artillería de forma habitual. Está lleno de pasadizos secretos y salas subterráneas, que recorrimos de manera apasionante con la ayuda e indicaciones de un local que nos iba haciendo de guía.


Continuamos nuestro camino a Petra y cometimos el error de coger la carretera del Rey en lugar de coger la autopista. Es una carretera que sube y baja montañas con unos paisajes espectaculares y totalmente deshabitados. La pena fue que no queríamos llegar a Petra muy tarde y el sol ya se estaba poniendo, con lo que no pudimos disfrutar la ruta de la misma manera.

El toque de autenticidad del viaje lo puso un beduino que recogimos en nuestro camino en mitad de las desoladas montañas. Se trataba de un hombre de unos 55 años, con un aspecto de lo más singular. Vestía con una túnica y un turbante. Con un olor un tanto campestre, mas bien, caprino y lo único que supimos de él era que se dirigía a Tafila, poblado que estaba en nuestra ruta. No hablaba nada de inglés, y cuando emitía algún tipo de sonido nos mirábamos los tres riéndonos de la situación, pues no le entendíamos ni papa. Mario le hacía bromas a mi madre, diciéndole que ya le habíamos conseguido un novio y la pobre no sabía si llorar o reir, pues iba detrás con él soportando el olor de macho cabrío.

Llegamos a Tafila y el hombre no hizo ni tan siquiera el amago de bajarse, así que nos estábamos temiendo lo peor: ¡que se venía con nosotros a Petra! En una rotonda con un puesto policial, preguntamos la dirección a Petra y bajé la ventanilla trasera para que el policía preguntara al beduino donde se iba a bajar. No os podéis imaginar la cara que puso el poli al ver a tres turistas con semejante individuo en el coche. El policía también empezó a reírse.

Por suerte para nosotros, se apeó en el siguiente poblado, imaginamos que cerca ya de su casa.

Visitando la séptima maravilla del mundo

Tras una larga decisión, nos alojamos en Petra en el Valentine Inn, un hotel lleno de turistas mochileros y con un ambiente muy juvenil. Nos quedamos en una gran habitación con 8 camas que compartimos los tres. Salimos a dar una vuelta por el centro de Wadi Musa, el poblado más próximo al yacimiento de Petra y cenamos muy bien en un pequeño restaurante.

Nos acostamos agotados de nuestro viaje y a la vez inquietos por estar tan cerca de nuestro objetivo soñado.


Llegamos a las puertas de la que dicen ser la séptima maravilla del mundo a las nueve de la mañana y nos sorprendió mucho ver como los lugareños hacen su agosto con los turistas ofreciéndoles todo tipo de transporte: burros, caballos, camellos, carrozas… Nosotros fuimos a pié disfrutando de nuestro paseo y de nuestras lecturas que nos explicaban los puntos de mayor interés. Al mismo tiempo sonaba de fondo la melodía de Indiana Jones y la última cruzada, tarareada por Mario. El camino de 1,5 km discurre por un cañón excavado por la erosión del agua a través de miles de años y en cuyas paredes se ve un acueducto en perfecto estado.

Sin esperarlo, llegamos a la Tesorería o Al Khazneh . Es indescriptible la sensación que produce ver tal maravilla, se te ponen los pelos de punta, las lágrimas inundan tus ojos, recuerdos de familiares inundan tu mente, desearías que estuvieran en ese momento todas las personas queridas para que lo disfrutaran de la misma manera, para que vieran lo grande que es la humanidad y lo poco que sabemos de nuestros antepasados.

Resulta que los nebateos fueron en su origen un pueblo nómada árabe que se remonta probablemente al siglo VI a. C. Adoraban a dioses preislámicos. Sus constantes contactos con otras civilizaciones inspiró sus estilos. No eran muy buenos arquitectos, por ello escavaban sus tumbas en las montañas y decoraban sus entradas tallando la roca arenisca.

La ciudad se desarrolla gracias al comercio de la antigua ruta del incienso. Ruta que comenzaba en Yemen a lo largo de la costa oeste de Arabia y que se dividía en Petra en dos ramas: una que llevaba hasta Gaza y otra, dirección a Damasco. La ciudad alcanza su apogeo en el año 50 y llega albergar hasta 20.000 habitantes, provenientes del comercio de las caravanas entre Asia y Europa. La ciudad pasa por un periodo romano y otro bizantino, ambos con asentamientos permanentes en Petra. La Edad Media y la conquista árabe hacen que quede como una pequeña aldea para posteriormente pasar al olvido. Gracias al suizo Jean Louis Burckhardt, Petra fue descubierta al mundo occidental en 1812 y hoy en día es visitada por más de cinco millones y medio de personas al año.

Lamentablemente esta masiva afluencia de turismo junto con la falta de medidas de conservación, pone en peligro la propia supervivencia del yacimiento.


Un día para ver Petra es suficiente. Por la tarde, antes de la cena, nos fuimos a un baño turco de los mucho que hay en Wadi Musa para quitarnos la piel muerta (por no decir roña), después de más de una hora de baño de vapor. Limpios y descansados repetimos en el restaurante de la noche anterior junto al hotel.

Al día siguiente nos levantamos sin prisas y cogimos la autopista rumbo al aeropuerto. En menos de dos horas y medias estábamos allí y como todavía quedaban más de 5 horas para que saliera el avión de Mario, decidimos ir de nuevo a Madaba a que Mario viera la iglesia de San Jorge y su mosaico. Le llevamos al aeropuerto y mi madre y yo decidimos pasar nuestras últimas horas en Jordania, disfrutando de unas vistas del mar muerto. El lugar elegido fue un complejo turístico que hay pasando el pueblo de Ma´in.

A la mañana siguiente cogimos nuestras mochilas y diciéndole adiós con todo nuestro cariño a Jordania volvimos a nuestro hogar en Dubai.