Thursday, March 04, 2010

Suiza, nuestra pequeña luna de miel

¡Por fin! Ya no tengo excusa para sentarme delante del ordenador y escribir nuestro pequeño viaje a Suiza.

Tras la boda, disponíamos de tan sólo 4 días para visitar el país y un amigo de una amiga que vive allí, nos diseñó la ruta.
Aprovechando la escala en Zúrich de la vuelta a Dubai hicimos el siguiente recorrido:
- Lucerna
- Interlaken
- Gruyeres
- Friburgo
- Schaffhausen

Llegamos al aeropuerto y el frío nos dio la bienvenida, cogimos el coche de alquiler y directamente nos fuimos a Lucerna, parando a comer algo por el camino.
Como veníamos reventados del ajetreo que celebrar una boda conlleva, nos quedamos en el hotel para descansar hasta por la tarde. Además yo estaba incubando un pequeño catarro que se me pasó nada más pisar Dubai.

Ya de noche, nos dispusimos a conocer la ciudad de Lucerna paseando por sus calles casi vacías.
Cuando llevas mucho tiempo viviendo en una ciudad moderna como es Dubai, cuando visitas cualquier lugar histórico, la sensación de caminar por la historia de la ciudad es una agradable sensación así que no paramos hasta que apretó el hambre.
Llamados por un agradable olor nos metimos en un cálido restaurante, muy pequeñito, justo a tiempo, pues ya casi estaban cerrando y degustamos una auténtica y sabrosa raclette. Todavía puedo salivar al recordar el fuerte sabor del queso…
La mañana siguiente una ciudad rodeada de montañas, puentes y lagos nos dio los buenos días y dedicamos toda la mañana a patearnos la ciudad, recorriendo su muralla, su puerto y sus puntos de interés, como el hermoso león herido tallado en la pared de un parque.

Nos aprovisionamos de chocolate casero y nos pusimos rumbo a Interlaken por unas tortuosas carreteras que discurrían por unos bellísimos paisajes.
Interlaken debe su nombre a que se encuentra situado entre dos lagos, cada cual más bonito. Es un sitio muy popular en invierno por la cercanía a una de las mayores pistas de esquí suizas y por que presume de tener la estación de ferrocarril más alta de Europa.

Como no podía ser de otra manera, reservamos los tickets de tren para el primer trayecto de la mañana. Nos levantamos a las 5 de la mañana y el tren llegó con una brillante puntualidad a la estación, claro que estamos hablando de Suiza, país mundialmente conocido por su la exactitud de sus relojes.
Tardamos casi dos horas en llegar a la cumbre de Jungfrau de 3.454 metros de altura después de un oscuro viaje en tren atravesando literalmente las montañas por túneles escavados en ellas.

Acostumbrados ya a vivir en el desierto os podéis imaginar cómo nos quedamos cuando contemplamos la belleza de las montañas que nos rodeaban: ¡Helados! A primera hora del día, justo amaneciendo salimos al exterior, Mario para bailar una jota y yo para sentirme viva al tener el viento en mi cara. Sin parar ni un momento, nos recorrimos toda la estación y advertimos que había un camino en la nieve que te llevaba a un pequeño albergue.

Con lo puesto, empezamos a caminar sin saber lo lejos que estaba, a esa altura el esfuerzo es mucho mayor y paso a paso disfrutamos del frío paseo.
A Mario se le quedó literalmente la cámara helada y era una pena no poder hacer una foto al paisaje. Por suerte, adelantamos a un padre y un hijo y muy amablemente nos hicieron unas fotos que posteriormente nos mandaron por mail. Aquí aprovecho y les doy las GRACIAS.
Salvando unas escaleras de hielo (por cierto, que yo iba con deportivas), llegamos al albergue. Allí una sopita caliente y vuelta a la estación con una agradable satisfacción.

La bajada de la estación de Jungfrau fue preciosa, parecía que éramos los protagonistas de un libro de cuentos infantiles, montados en un tren. ¡Todo parece tan ideal en Suiza!
Decidimos comernos una fondue en Grindelwal, por cierto, como suele pasar en los sitios más turísticos, no fue de las mejores… y bajamos hasta Interlaken siguiendo el curso del río.

Los suizos son grandes amantes de la naturaleza y eso se nota. Tienen una red de senderos para ciclistas y senderistas, totalmente indicada, incluso con la distancia y el tiempo de un punto a otro. ¡Vamos que es difícil perderse!



Llegamos al pequeño hotel y cogimos rumbo a nuestro próximo destino.: Gruyeres.
No teníamos reservado el hotel, así que como no sabíamos con lo que nos íbamos a encontrar buscamos alojamiento en el camino. Buscando, buscando…. Fuimos a parar a un remoto albergue. ¡Qué raro! Claro que cualquiera le dice a Mario, después de subir una escarpada montaña llena de curvas y precipicios que no quiero quedarme en el albergue…
Además, ya había caído la tarde y todavía nos quedaba parte del recorrido para llegar a la ciudad de los quesos.
Con resignación nos quedamos en una fría habitación, hicimos malabares hasta que conseguimos juntar las dos camas. Por lo menos disfrutamos de una preciosa vista de las montañas aislados del mundo.

Bien tempranito, nos pusimos en ruta. Cuando llegamos a Gruyeres, no nos lo podíamos creer: Estábamos en de nuevo en un cuento, un pueblo medieval con un castillo solitario en la cima… con casitas echando humo… y con un olor a queso que hacía de él paraíso paro los ratones. Como lo visitamos por la mañana no degustamos ninguna raclette ni fondue, pero paramos en una enorme fábrica de quesos y nos trajimos dos buenas cuñas que luego nos comimos en Dubai.

En Gruyeres también se encuentra la fábrica de chocolate de Nestlé, antigua Cailler, uno de los sueños de Mario. Por suerte o por desgracia, la fábrica hacía una semana que había cerrado el centro de visitantes, digo por suerte, porque así Mario tiene una buena excusa para regresar.

Friburgo se encuentra cerca de Gruyeres así que decidimos comer allí. No deja de ser una ciudad Suiza con un bonito casco antiguo lleno de ruidosos coches. Tras un breve paseo, hala, vuelta al coche y caravana en el autopista que nos llevaría a Schaffhausen, lugar donde se encuentra las mayores cataratas suizas.

Tan sólo pasamos la noche en este bonito pueblo, que por cierto está en la frontera con Alemania. Fuimos a cenar comida típica suiza sin queso y luego nos tomamos unos vinos en una tasca española donde charlamos con su dueño, Pedro, un español afincado en Suiza desde hace más de 30 años.

A la mañana siguiente, bien tempranito, camino al aeropuerto y antes de coger el avión unas buenas cervezas tostadas.

Si tengo que decir que fue lo que más me gustó de Suiza, no sabría qué decir. Es un país muy bonito en su conjunto, por el paisaje y sus pueblos. Claro que si estás acostumbrado a Europa no te sorprenderá como países de otros continentes y culturas.

BESOS

1 comment:

lunas de miel said...

Suiza me parece un maravilloso lugar para ir de luna de miel. Yo lo recomiendo 100%.


Gracias por contarnos tu experiencia,


Saludos!