Saturday, November 08, 2008

La tranquila Pokhara

Para imaginar como es Pokhara hay que pensar en un valle con un pueblo a orillas de un tranquilo lago y con una gran montaña piramidal elevándose imponente sobre ella.


Cuando llegamos estábamos tan ansiosas por corretear por las montañas que nada más aterrizar en el hotel, nos refrescamos con una ducha para más tarde llegar hasta la Pagoda de la Paz Mundial.
El camino empezaba desde la presa del Pardi con lo que paseamos a orillas del lago Phewa Tal.

Una vez pasado el puente colgante nos adentramos en las montañas para recrearnos del verdor de los campos de arrozales y para sentir la compañía de un pequeño pastor de 10 años que andaba con sus cabras.

Nos mostró desde lejos donde vivía.

Guardados los animales en el redil, un amigo se unió al grupo y juntos andamos unos escarpados senderos al mismo tiempo que pasamos por poblados donde los niños jugaban a columpiarse en unos gigantescos balancines.


Sin quererlo empezamos a notar unas gotas de lluvia pero con el calor que hacía se agradecía el frescor que los dioses nos daban en ese momento.
Ya casi llegando a la Pagoda, nos despedimos de nuestros guías dándoles una pequeña recompensa por su trabajo. Solas alcanzamos la cima y al mismo tiempo que disfrutábamos del templo vimos que estábamos rodeadas de unas espesas nubes. Los truenos nos ponían en aviso que una tormenta se acercaba.

En un abrir y cerrar de ojos vi llover como hacía mucho tiempo no veía. Nos resguardamos debajo de las escaleras que conducían al templo con el inconveniente que estábamos en la cima y no había forma de evitar las corrientes de aire.
De repente apareció un chico francés que al igual que nosotras se resguardaba de la lluvia. Nos dijo que llevaba dos días en Pokhara y que todas las tardes sobre esa hora se cerraba el cielo y descargaba con una fuerte lluvia que duraba aproximadamente media hora.
Así que decidimos esperar. Truenos y relámpagos nos avisaban que la tormenta duraría más de media hora, estaba anocheciendo y no sabíamos como volver. Rocío empezaba a preocuparse. Yo intentaba hacer un fuego con unos rastrojos para calentarnos y Pachi y el francés pasaban el tiempo viendo fotos como si el frío no existiera.
Rocío ya desesperada quiso saber como iba a regresar ese chico y para nuestra suerte nos comentó que bajaría con su padre en el taxi que les estaba esperando y que podíamos ir con ellos.
Esperando a que amainara, empezó hacerse de noche y el padre del chico subió algo cabreado porque lo esperaba desde hacía ya tiempo.
El camino hasta el taxi se hizo eterno porque llovía con muchísima fuerza y casi no veíamos las piedras que pisábamos.
Ahora me rio al recordar estos momentos pero me acuerdo que cuando nos montamos en el coche fué cuando el miedo se apoderó de nosotras. El camino era un río de piedras y discurría por barrancos a los lados. El coche que no estaba para muchos trotes, iba con seis personas y todavía no me explico como salimos de esa.
Nosotras queríamos haber regresado al hotel en barca cruzando el lago y para los efectos regresamos en coche sorteando arroyos. La cosa estuvo muy muy emocionante. Una vez en el hotel duchadas y calentitas, no podía desprenderme del recuerdo de los "pastorcillos" y me preguntaba como sería su cama.

Al día siguiente nos levantamos a las 6 de la mañana para ver amanecer y disfrutar de las vistas del Machhapuchhare.

El plan era subir al mirador de Sarangkot. Empezamos a caminar y sin tener muy claro cúal era el sendero y terminamos subiendo en taxi. A pesar de ascender motorizadas, alcanzar la cima nos costó veinte minutos de paseo por uno de los poblados más animados y vimos como es la ducha de esos lugareños.
Desde Sarangkot disfrutamos de una vista parcial del macizo del Annapurna ya que las nubes del día pasado todavía dejaban su rastro. Al mismo tiempo contemplamos la magnitud del valle y de unos momentos de absoluta tranquilidad y paz que nos llevaron a reflexionar de la "suerte" que se tiene al nacer en una parte u otra del planeta y de lo poco que se ha progresado a lo largo de la historia para hacer estas diferencias más pequeñas. Está claro que a los países desarrollados no les importa la pobreza de millones de personas porque nosotros, sus ciudadanos, no estamos dispuestos a repartir las comodidades a las que hemos alcanzado.

La bajada hasta el Lakeside que era donde se encontraba nuestro hotel, fue muy bonita teniendo a Lorenzo esta vez de acompañante.
Un hombre nos preguntó donde íbamos y al mismo tiempo que le respondimos, le pedimos que nos invitara a un té. En su casa conversamos y nos enseñó fotos de su pasado y su familia. El nos aconsejó la manera más fácil de llegar hasta el Lakeside.
Nos alegramos enormemente haber conocido de primera mano esta familia y la sencilla vida que llevan los habitantes de este lugar.


En el camino nos encontramos con turistas que saltan en parapente desde las alturas.

Familias que lucían sus mejores galas en ese día festivo.
Y lo más rico de todo fue el bocadillo de morcón que nos comimos en la sombra de un gran árbol.
Una vez en la ciudad, nos refrescamos con un zumo natural e invitamos a una coca cola al personaje de la foto.

Al día siguiente las agujetas en los gemelos nos impedían andar con normalidad, así que decidimos tomarnos el día más tranquilo y hacer tiempo para la llegada de Mario. Decidimos alquilar unas bicis por un euro y hacer una visita a la Cascada del Diablo.

Esta cascada a las afueras de la ciudad, es un sitio muy concurrido y lleno de puestos con souvenirs para los turistas. Uno joven vendedor se ofreció a cuidar de nuestras bicis mientas escuchábamos la ensordecedora fuerza del agua al caer por una estrecha garganta. Siguiendo el consejo de nuestro guardián de bicis, nos alejamos por un pequeño sendero de la zona turística hasta llegar a un río con un puente colgante.

Sin pensarlo nos fuimos de cabeza hasta el agua, al mismo tiempo que hacíamos compañía a una mujer que hacía la colada.
Por unos momentos fuimos el centro de atención de todos los niños y mayores que cruzaban el puente volviendo del colegio.
Mientras nos secábamos nos comimos el bocadillo, esta vez de lomo y con las pilas recargadas nos fuimos al encuentro de Mario.

Esa tarde paseamos por las calles de Pokhara disfrutando al mismo tiempo de la compañía de las vacas que pasean tranquilamente por la ciudad.

Vimos también a niños jugar a las apuestas en la calle tal y como lo hacen los mayores.

Ya al anochecer comimos en un fabuloso restaurante un rico plato de daal baat que es como una especie de caldo de lentejas especiado que se le añade a un arroz cocido.

Mañana le daríamos la espalda a este tranquilo lugar para empezar nuestro descenso por el río Seti.

1 comment:

Antonio Illán said...

Esto es para leerlo despacio. Debió ser un espacio natural y humano extraordinario.