Tuesday, July 27, 2010

Praga. Parte IV y última

Salimos de Tábor sin problemas y llegamos a Praga en menos de hora y media. Sin darnos cuenta entramos en el centro de la ciudad y como no llevábamos blackberry que nos dijera dónde estamos, tardamos lo nuestro en situarnos. Preguntamos, preguntamos y volvimos a preguntar. El centro de Praga es horrible para el tráfico, tan pronto te encuentras con una calle cortada, de acceso peatonal, o de sentido único. La única manera de encontrar el hotel fue preguntando en otro hotel, que nos dieran un mapa y que nos dibujara en él la ruta que debíamos hacer en coche.

Nos quedamos en el Grand Majestic Plaza un hotel nuevo y totalmente recomendable con el precio de Atrapalo. Tras dejar las maletas, nos fuimos al corazón de la ciudad, su plaza.

La plaza de la ciudad vieja es una belleza, está rodeada de edificios a cada cual más bonito. Es curioso, hay una iglesia muy grande que tiene construida en su fachada principal un par de edificios. Sin lugar a dudas, la estrella de la plaza es su reloj astronómico,o gastronómico como la gracía que haría Mario, una joya de la edad media, que además de marcar la hora, te dice la posición del sol y la luna, el mes del año y muestra figuras alegóricas a la vanidad, la avaricia, la muerte y la lujuria que cobran vida cada hora en punto. Metáfora de la vida misma.

Comimos una tapita de jamón asado en la plaza, junto con la delicia por excelencia de la República Checa, la cerveza.

Nos adentramos en el barrio judío, donde visitamos todas las sinagogas visitables. El cementerio judío es curioso e incluso me atrevería a decir: romántico, pues se mantiene casi intacto en el centro de la ciudad en orden con desorden aparente. Comimos en un restaurante llamado: el Golem, desde entonces conozco la historia de este misterioso ser.

Si por algo destaca Praga es por sus románticas edificaciones, la armonía de sus calles y la accesibilidad de sus puntos de interés. Es una ciudad fácil de pasear, pues muchas de sus calles son peatonales. Está llena de pequeñas tiendas con recuerdos y cristal de Bohemia. En resumidas cuentas, es una de las ciudades más bonitas en las que he estado.

Cayendo la tarde nos dimos un paseo por la orilla del Moldava hasta llegar al puente de Carlos IV, otra de sus joyas. El apacible camino nos llevó hasta la parte nueva de la ciudad, también llamada Mala Strana, llena de restaurantes y con vida un tanto distinta de la parte vieja, entre otras cosas, por el menor número de turistas.

Ultimo día de nuestro viaje y ruta. La mañana la dedicamos a su castillo. Es una ciudadela con palacios, casas, calles y donde se encuentra la majestuosa catedral. También hay un belvedere, pero no acompañado de palacio como en Viena, sino rodeado de viejos viñedos, en donde se disfruta de una panorámica de la ciudad.

Recordando este punto del viaje, me resulta inevitable reir, cuando esperando entrar en una sala, dependencia del viejo castillo, vimos un discurrir de españoles, que parecía no tener fin. Cuando por fin pudimos entrar en la estancia, distinguida por las defenestraciones que allí sucedieron, no cabíamos en nuestra confusión y asombro no sin preguntarnos cómo un grupo tan numeroso pudo caber en la habitación y enterarse de las explicaciones del guía. Claro, que luego, desde la ventana, los vimos apelotonados en una pequeña terraza. ¡Cada vez me alegro más de viajar a mi aire!

Tras una comida (que en un principio iba a ser un aperitivo), cogimos el tranvía, línea 22, que recorre la ciudad de punta a punta. Volvimos al hotel antes de llegar al final del trayecto, porque la alergia a Mario no le estaba dando tregua.
El último paseo lo hicimos por la calle de Wenceslao hasta llegar al museo Nacional. Esta calle viene a ser como la Gran Vía madrileña y la pátina verde que el tiempo y la acción de la humedad forman sobre las cubiertas de cobre son testigos de la historia en las cubiertas de los edificios más emblemáticos.

Volvimos cerca de la plaza de la República para asistir a un concierto de cuarteto de cuerda con soprano en la Casa Municipal de Praga. Las piezas clásicas más populares provocaron que los ojos se me llenaran de lágrimas y los pelos se me pusieran de punta y en ese momento di gracias a la vida por sentirme viva y disfrutarla.
Tras el concierto, un paseo nocturno, fue ideal como despedida.

La mañana siguiente la dediqué a tomar la decisión de comprar unas copas de cristal de Bohemia (se me metieron en la cabeza), tras hacer un estudio de mercado, comparando precios y diseños, los días anteriores. He de decir que hice una buena adquisición.

No quiero cerrar este post del viaje sin puntualizar algunas contrariedades del mismo.
- Los checos no se caracterizan por su amabilidad y eso te deja un mal sabor de boca en una visita.
- Tanto en Austria como en República Checa, como seas meón o meona o tengas un problema urinario,te dejas un riñón en los baños. Por usar este servicio debes pagar unos 50 céntimos de euro.

Como despedida de este viaje familiar tan solo me queda mandar un abrazo a Javier desde el belvedere de mi salón, a Teresa, nuestra guía-comentarista darle las gracias por sus lecturas y Antonio mandarle un recuerdo que espero que lo saboree largamente en su taza kafkiana.

1 comment:

Cristian said...

Me han hablado muy bien de Praga y me encantaría poder ir alguna vez. Nunca he ido a Europa pero se que en algun momento lo voy a hacer ese viaje. Igualmente no me puedo quejar ya que acabo de finalizar los Vuelos a Buenos Aires desde Bariloche y pase unos días excelente